Algunos son atletas de la limpieza y crean rutinas controladas, calculadas milimétricamente para sostener los esqueletos de sus hogares. Otros solo somos saltimbanquis del caos, y vamos atajando en movimientos malabarísticos los trozos de techo cayendo. En estas rutinas anómalas que surgen cuando se abren huecos, la adrenalina suele ser mayor y el cuerpo sufre en una dosis intensa lo que de otro modo es un padecer administrado en cuotas.
En la música, como en la limpieza, la repetición da sus frutos. El paño empapado tendrá que impactar como el bombo regular en el compás repetido y monótono. Si los riffs tienden a herir, será mejor porque cuando la suciedad se acumula, a veces no nos queda otra que ser abrasivos. Los géneros, como los trapos, se emplean teniendo en cuenta la superficie: a nuestros objetos frágiles les quitaremos el polvo con pop delicado y al piso del baño con el rock más pesado que tengamos a mano.
Como en toda práctica, existe una lista. La aquí prescripta surte efecto sobre casas materiales y espirituales si se aplica con volumen alto y en la dosis correcta, es decir: la no moderada.
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