Bailar canciones con gusto a helado frutal. Bailar y transpirar todo lo tóxico que absorbemos de la rutina. Bailar ritmos que huelen a chicle. Bailar imitando el movimiento de un muñeco. Bailar para celebrar la danza. Bailar porque une a la gente. Bailar abrazados y cantarle a la amistad. Bailar justo cuando cae el sol, con los pies en algún césped. Bailar de noche, al aire libre, con poca ropa. Bailar para que la luna de noviembre quede en el recuerdo.
Foto: Yns Plt, vía Unsplash
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