Una guionista se ve acorralada por la estructura fija. La obligan a incluir una persecución en su historia. Autos, motos, caballos, helicópteros, barcos, bicicletas: cualquier vehículo sirve si puede mover a sus personajes. Busca nuevos paisajes, nuevos actos, nuevos diálogos, pero todo parece agotado. La interferencia se produce porque por sus rasgos, la protagonista es un ser sedentario.
El director de cine que asume esa historia persigue una originalidad imposible en un mundo cerrado y repetitivo. Allí en cada vuelta, él intentará cerrar o abrir la curva, rotar el plano, torcerle el ojo al futuro espectador para lograr inquietarlo.
La música que acompañe, también copiará el ritmo visual. Acelerará o disminuirá la marcha, se detendrá cada vez que lo haga la acción y volverá a encenderse. Siempre marcando el paso. Será, quizá, el elemento en la composición con menos aspiraciones. Su única meta será conseguir lo mismo de siempre: llenar el aire de sonidos que hacen magia.
El director de cine que asume esa historia persigue una originalidad imposible en un mundo cerrado y repetitivo. Allí en cada vuelta, él intentará cerrar o abrir la curva, rotar el plano, torcerle el ojo al futuro espectador para lograr inquietarlo.
La música que acompañe, también copiará el ritmo visual. Acelerará o disminuirá la marcha, se detendrá cada vez que lo haga la acción y volverá a encenderse. Siempre marcando el paso. Será, quizá, el elemento en la composición con menos aspiraciones. Su única meta será conseguir lo mismo de siempre: llenar el aire de sonidos que hacen magia.
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