Al amor hay que llorarlo, cada tanto. Forzar incluso la lágrima que se resiste para que arrastre con su peso al resto del líquido y charquee la comisura de los labios.
Se llora por amor como se llora por unas vacaciones que se terminan, por una vajilla que se nos resbaló estúpidamente de las manos y estalló en mil partes o por un perro callejero al que no podemos llevar al hogar. Para desahogar o para engrosar el lamento, no hay mejor remedio que ir a hacer pedazos lo que nos queda de entereza. Y la música sabe debilitarnos. Nos lanza al pellejo crudo del corazón sus violines trillados, sus bobalicones rasgueos pop, sus flautas alegres, sus congas tropicales cargadas de palmeras. Todo sonido puede tener filo.
Los diálogos entre voz femenina y voz masculina vuelven inicialmente poderosa una canción. Y si se pone en escena un hiato insalvable, la melodía será el reguero hacia nuestra explosión, que podrá ocurrir gracias a un clima alegre o uno triste; eso dependerá de la canción y del momento.
Ilustración: Eugenia Viña- Serie Sangre.
Más de Eugenia Viña: http://www.ojosabiertoscomopeces.blogspot.com
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