
Hay que salir a patinar. A dejar que nuestra mente huya hacia un horizonte despejado, a sentirnos trenes en marcha constante y discreta. A deslizar nuestros pies en una coordinación zigzagueante y placentera como un reggae. A creer que nuestras piernas marcan el compás y que son ellas quienes gobiernan los latidos de nuestro corazón.
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