El naranja fogata suena a relámpago de piano viejo. A medida que se enciende, adquiere la tonalidad de las cuerdas de una guitarra clásica alejada de escenarios y micrófonos. Las voces que destella el naranja fogata son dulces y sosegadas: murmuran secretos y se desnudan como la leña mientras se consume. La madera y el canto se sinceran del mismo modo: revelando sus vetas.
Las melodías que se escuchan en este color maridan con vinos confitados y con un pan casero de corteza harinada. Sus pulsos hipnotizan como las chispas, como el fuego volviéndose amarillo, rojo, azul para convertir la oscuridad en luz y el silencio, en música.
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