El amor extiende sus bordes en la semioscuridad, en los pasillos con luces de neón, en contornos borrosos que habilitan la fábula, en la clandestinidad y en lo kitsch. La sensualidad se desliza con mayor naturalidad en ritmos no acelerados, en sonidos artificiales y procesados, en vientos de saxos que le soplan a nuestra imaginación besos fucsia y piel sudada.
La música que ornamenta un hotel de amor debe tener algo de opresión en su sonido. Un bajo que nos haga vibrar y estimule el deseo de explotar, sintetizadores que golpeen regularmente y ayuden a sincronizar los cuerpos. Si existen voces, deberán ser graves, brillantes o susurradas. Cada pieza cumplirá un rol en la narración de cada acto y entreacto. Sonará la obra del amor y luego no estará mal quedarse un rato en silencio.
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