El encandilamiento no siempre causa ceguera. A veces, nos deja en un estado de ensoñación en el que todo se ilumina. Algunos nos refugiamos un largo rato en ese trance y alteramos su duración: multiplicamos su fugacidad con todas nuestras potencias y así experimentamos un mundo esplendoroso mientras dure el espejismo. Así, el cordón de la vereda visto desde la ventanilla de un colectivo puede volverse la autopista para hormigas más larga del mundo; un charco de agua puede reflejar un cielo que se ruboriza y fosforece; un rostro común puede llenarse de pequeños pixeles rutilantes en los que perderse.
Para encandilarse y que el efecto dure todo lo que nuestra mente requiera que el mundo le brille, se prescribe la siguiente lista musical.
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