Ninguna herida se cierra. Es mentira: siempre quedan llagas minúsculas. La vieja sangre sigue saliendo por pasajes invisibles y osmósicos que delatan que, aunque no se vea, allí hubo un corte. Por algo la palabra cicatriz termina con z: para recordarnos el siseo del cuchillo que una vez nos abrió, y se quedó sonando.
El rojo herida abierta puede escucharse en una voz acaramelada cantando en una caverna. Como si la dulzura permaneciera atrapada en un eco pertinaz y con sonido remoto que nos repite lo lindo que fue lo que ya pasó. El rojo herida abierta suena en orquestaciones que dilatan las venas y hacen que los recuerdos se deslicen cómodamente por nuestro cuerpo: que lleguen del ombligo a los dedos, que nos crucen los hombros atravesados por un último abrazo. El rojo herida abierta brilla y se multiplica en el nylon de una cuerda de guitarra, que natural y sin artificios hace sonar al amor, al dolor, a lo que aconteció y a lo que nunca llegó.
0 comentarios:
Publicar un comentario